No abusé. Un vestido, un perfume que me recordó a jazmín, un libro de poesía. Pero lo mejor de todo fue caminar a su lado, sentir su mano firme sobre la mía, y esa forma tan natural en que me hacía sentir segura, incluso entre vitrinas de precios ridículos y luces que brillaban más de lo necesario.
Más tarde, comimos helado sentados frente a una cascada gigante dentro del centro comercial. Sonaba surrealista, pero así fue.
—No sabes lo que me gusta verte así —dijo de repente.
—¿Así cómo? ¿Con el pelo alborotado por el aire acondicionado?
—Exactamente así.
Yo me reí. Él también. Era tan fácil estar con él cuando no había temas pesados de por medio.
Ese mismo día, subimos al mirador del Burj Khalifa. Estar ahí arriba fue como flotar. La ciudad entera se veía como una maqueta, y yo me sentí extrañamente en paz. Mateo se colocó detrás de mí, me abrazó sin decir nada, y por unos minutos solo escuchamos nuestra respiración, mezclándose con el murmullo lejano de la vida bajo nuestros pies.
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