El señor Mateo me llevó a mi habitación; esta era enorme. No esperaba menos, puesto que la mansión gritaba lujo por todos lados.
—Bien, espero que te guste. En caso de que no sea así, me dices para así buscar otra recámara.
—Claro que me gusta, mejor dicho, me encanta.
—Es bueno saberlo, bien, te dejo que te acomodes. Mi habitación es la siguiente, la que está de frente y al final del pasillo.
Saber que me encontraba cerca de la habitación del señor Mateo era algo que me ponía nerviosa. Era un hombre muy apuesto que tenía dicha habilidad.
—Se lo agradezco, espero que descanse.
A pesar de que tenía todas las comodidades para dormir profundamente, simplemente no podía conciliar el sueño y me limitaba a ver por la ventana.
—Dios, pensar que estás en algún rincón de la capital, es algo que me pone demasiado nerviosa —dije mientras miraba la ciudad desde la ventana de mi cuarto. —¿Por qué has tenido que salir libre, Austin? Tú ni siquiera tienes perdón de Dios por haber matado a tu hija.
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