Rocío pensó que quizás ese gesto era una apertura, una posibilidad que le permitía acercarse nuevamente a Mateo. Los días que había pasado distante de él habían sido una tortura. No quería seguir mostrándose fría, pero la desconfianza que él le había demostrado la obligó a levantar una barrera que no sabía cómo derribar.
—Hay algo que le quiero decir —dijo de pronto, mirándolo directamente a los ojos—. Sé bien lo que es perder una hija. Es un dolor que no se lo deseo a nadie, y es justo por eso que me juré proteger a Sofía como si fuera carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Mateo frunció el ceño.
—¿A qué va todo esto?
—A que no quiero que a la niña le pase algo —respondió con firmeza—. Esa pequeña es lo único que me mantiene cuerda. Y aunque piense que me estoy quedando loca, no es así. En serio, lo único que quiero es proteger a Sofía. Jamás le desearía un mal.
Mateo la observó con atención. Sus palabras eran intensas, pero había algo distinto en su tono: no había desesperación, s