Él me dió un silbato de plata; era fino y alargado. Luego de eso salí del carro y entré a la casa sin mucha ceremonia. Mi abuelo se encontraba leyendo su periódico en el sitio habitual y con las piernas cruzadas.
—Abuelo —en cuanto hablé, él me miró —. No he venido aquí a discutir contigo, solo te vengo a pedir que, por favor, dejes en paz a Zayd y a sus negocios. No caigas tan bajo solo porque él se casó conmigo.
—¿Con qué clase de hombre te has casado que permite que su esposa venga a abogar por él cuando es Zayd quien tiene que presentarse para hablar conmigo?
—Zayd no sabe que me encuentro aquí y tampoco que sé lo que está pasando con sus negocios, en serio que no quiero pelear porque soy consciente de lo desagradable que puedo llegar a ser cuando me enfado. Ahora te pido que lo dejes en paz y que desistas de dañar sus negocios.
—No lo haré, al menos no hasta que se divorcie de ti para que te puedas casar con Mustafa. El hombre al que te encontrabas comprometida desde hace mucho t