42. AL FIN SE ACABÓ

VICTORIA:

Miré a mi tío sin entender a qué se refería. Era claro que ya se había demostrado que no cometí adulterio gracias al genio de la tecnología, Ricardo Montiel, mi ahora esposo falso. Sin él, no hubiera podido salir de esta. Ahora estaba claro para mí. Fue entonces cuando mi tío siguió exponiendo todos los robos que habían hecho Carlos y Ana.

Me asombré al ver muchas cosas que Ricardo había descubierto, además de las que había descubierto yo. Casi me llevan a la bancarrota y ni siquiera lo sabía.

Carlos, mi exesposo, el hombre que juró ayudarme contra el mundo, nunca había trabajado, siempre inventando una empresa diferente que nunca despegó, pero parecía haber encontrado su vocación en destruirme.

A lo largo de los años, había aprendido a esconder cosas, a aparentar ser lo que no era y, junto con Ana, la “mejor amiga” que nunca lo fue, se había encargado de vaciar mis cuentas y manipular todo a sus antojos.

El juez golpeó la mesa con el mazo, marcando el silencio
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