120. LA AMENAZA VEDADA

RICARDO:

La puerta se abrió lentamente, y el sonido del tacón resonó como un golpe seco contra la tensión en el aire. Cuando levanté la vista, mi sangre se heló. Isabel Castellanos. La amiga que un día había sido parte de mi vida como un eco constante y que ahora portaba el apellido que tanto odiaba. Su presencia era un recordatorio cruel de las lealtades que habían cambiado, de las amistades que ahora eran armas.

Entró con una calma inquietante, envuelta en una elegancia que emanaba poder y amenaza. Su mirada buscó la mía de inmediato, fría como el acero, y sus labios se curvaron en una sonrisa que no ocultaba en absoluto el desprecio que sentía por mí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con un tono firme, aunque por dentro la sorpresa me había desarmado. —Ella no es mi abogada.

—Vaya, Ricardo, ¿así es como me recibes? —soltó suavemente con una sonrisa, sentándose frente a mí. —He venido a ayudarte; después de todo, somos mejores amigos desde niños.

—¿Dónde está Victoria? S
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