121. SORPRESAS INESPERADAS
RICARDO:
El corazón me saltaba acelerado mientras salía despacio con mis manos en los bolsillos de la comisaría, bajo la mirada de todos. Lo podía sentir, ya me habían sancionado; para ellos, era el criminal que había prendido fuego a la casa de mi esposa y desaparecido para quedarme con todo. Lo que nadie sabía era que ese todo era mío desde el primer día que me casé con Victoria, pero no podía decirlo o ella estaría en grave peligro.
Vi cómo Isabel me esperaba en el parqueo, de pie al lado de su reluciente auto. Ya había dejado de aparentar ser una mujer débil, el papel que había representado toda su vida para mí. ¡Qué tonto fui! Esta mujer había jugado con mis sentimientos como quiso. Giré a la izquierda y me alejé corriendo hacia un taxi que se detuvo al verme.
—Conduzca —ordené sin decir a dónde iba. Tenía que escapar de ellos si quería rescatar a mi esposa—. No importa por dónde, solo conduzca; le pagaré el doble.
El conductor me miró, pero no preguntó nada. Mientras yo sa