41. EL JUICIO POR LA DIFAMACIÓN
VICTORIA:
El murmullo de voces cesó cuando el juez Ramírez entró en la sala. Me acomodé en mi asiento, consciente de las miradas que se posaban sobre mí. Los periodistas, sentados en las últimas filas, mantenían sus libretas listas y sus miradas ávidas de escándalo como si de un circo se tratara, no de mi vida. A mi derecha, mi tío y abogado mantenía su expresión impasible. Al otro lado de la sala, Carlos y Ana nos observaban con una mezcla de desdén y preocupación.
Bajé la cabeza tratando de que mi cabello cubriera mi rostro. Me avergonzaba todo esto y agradecía que mis padres no estuvieran ya en esta vida para que no se abochornaran de mí. El aire estaba cargado de expectación y podía sentir el peso de docenas de ojos sobre nosotros.
—¡Todos de pie!— gritó el alguacil cuando el juez Ramírez entró.
Mi corazón latía con fuerza mientras observaba al juez tomar su lugar. A pesar de que había enfrentado disímiles reuniones y negociaciones, nunca había estado en la posición en qu