Había pasado poco más de una semana desde que Margareth entró en aquella casa como si fuera la dueña absoluta del mundo. Durante esa semana, casi a diario aparecía con su paso firme, prepotente, y se perdía en el despacho de Fabio. A veces unos minutos antes de irse con la cara apretada de rabia, otras pasaban horas allí. A Sam no le molestaba especialmente que se encerrara con él, lo que sí le empezaba a afectar, era el hecho de que llegase con sus aires de grandeza mirando a todos los sirvientes —incluyéndola— como escoria inservible.
—¿Esa señora va a quedarse a vivir aquí? —preguntó Iván una tarde mientras amasaban galletas de chocolate.
Sam rió, aunque no supo muy bien por qué.
—No, cariño. Solo viene a ver a tu papá.
—No me gusta. No me gusta cómo te mira —añadió el niño, aplastando con fuerza una bola de masa.
Ella no respondió, pero lo miró de reojo. Había una sinceridad en esa frase que le provocó un nudo en la garganta. Cada vez eran más cercanos. Jugaban, reían, iban de compras. Poco a poco comenzaba a sentirse unida al niño. Y ese pensamiento le creó un dolor en su pecho. No por ese vínculo, sino porque temía que no sería para siempre.
Esa noche, mientras Sam ultimaba los preparativos de la cena, Fabio llegó al comedor, con una actitud más pesada y decadente que de costumbre.
Iván, un poco más abierto a su parte gracias a la influencia de Sam, le brindó una sonrisa, pero él siquiera la vio. Parecía perdido en sus propios pensamientos, en su propia mente.
—¿Hoy cenas con nosotros? —preguntó Sam al verlo sentado alrededor de la mesa.
Asintió sin decir palabra.
La chica sirvió la comida para los tres, y guardó un pequeño tupper en el frigo.
«Este se lo daré a Julieta, fue muy amable conmigo desde el primer día» pensó mientras tomaba su respectivo asiento.
Comenzaron a comer, Iván hablaba con Sam sobre anécdotas de la escuela. Ella lo escuchaba con atención, sonriendo y llevándose la manos a la cabeza de forma un poco exagerada, a la historia del pequeño. Fabio los observaba. Estaba claro que su hijo estaba mejorando. Estaba claro que esa mujer amaba a Iván.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó de pronto acallando la conversación entre ambos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Sam sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Apenas le dirigía la palabra, que lo hiciera tan directamente le preocupaba de alguna manera.
Fabio miró a su hijo. Sus ojos se mostraban más vivos. Estaba creando un vínculo muy fuerte con Sam, y eso le dolía. Porque no sería eterno.
Se puso en pie y con un gesto, la hizo seguirle hasta el jardín, caminando entre el rumor de la cascada y el aroma nocturno de las flores.
—Ultimamente, Margareth ha estado viniendo por aquí —comenzó, casi intentando convencerse él mismo de lo que estaba por decir—. Ella fue mi pareja en la facultad. Durante tres años fuimos uña y carne. Es buena mujer, celosa, eso si. Piensa que cualquier mujer es una amenaza.
—¿Por qué me estás contando todo esto?
—Quieren quitarme mi puesto en la empresa. La junta no está conforme con mi desempeño desde que Cloe murió. Necesito sanar mis heridas. Necesito avanzar. Después de mucho hablar, he tomado la decisión de empezar una nueva relación con Margareth, es lo que necesito para encaminar mi vida.
Sam lo miraba confusa, y una ligera punzada de ira le cruzó la mente. No es que sintiera nada por ese hombre, pero sabía que la arpía rubia sólo le traería más problemas.
—Señor Gálvez, está claro que no necesitas darme explicaciones de lo que vayas a hacer. Pero si me permites, quiero darte un consejo. A veces, apurar las cosas no traerá nada bueno.
Bajo la luz de la luna que como testigo de su conversación, iluminaba todo el jardín, Fabio la observaba. Sabía que lo que estaba por decir no sólo haría daño a Sam, sino al mismo Iván.
—No te doy explicaciones, Samantha. Lo que quiero que entiendas es que si esta relación funciona, ya no necesitaríamos de tus servicios. Margareth podría actuar perfectamente como madre de Iván.
Esa declaración tan directa rompió algo en su interior. Lo sabía, lo temía. Tendría que alejarse del pequeño ahora que estaba siendo parte importante de su vida. No quiso suplicar ni mendigar por otra oportunidad.
—Entiendo. Es tarde, debo acostar a Iván.
Se marchó sin agachar la cabeza. No quería darle el privilegio de verla decaída o afectada.
—Aún no has terminado de cenar —Le recordó Fabio.
—No tengo hambre. Gracias por arruinarnos la cena.
Esas palabras estaban cargadas como dagas afiladas. Fabio lo supo pero guardó silencio. Algo en su interior sabía que podría estar equivocándose. Algo en su interior, le hacía ver a Sam como la única mujer que podría sanar a su hijo. Aún así luchó contra esos pensamientos. Debía reformar su vida, y Margareth era la mejor opción que tenía.
…
Sam arropó dulcemente a Iván, que ya estaba casi dormido. Lo miró durante unos minutos. Una lágrima rebelde caía por su mejilla. Sin darse cuenta, estaba llorando ante la idea de no poder verlo más.
Fabio se había detenido frente a la puerta abierta. No habló, solo observaba.
Sam se puso en pie cuando se percató de su presencia, cuando Iván, más dormido que despierto, agarró su mano.
—Sam, me alegro que ahora seas tú mi mamá.
Comenzó a roncar.
Esa frase cayó en la habitación como un muro de hielo. Sam no quería dejarlo. Fabio sabía que debía seguir con el y aún así, su propia convicción quizás influenciada por otra persona descartaba cualquier idea que implicara tener a Sam allí.
—¿Cuánto tiempo me queda? —preguntó decidida.
—No lo sé. Una semana como máximo.
—Gracias por darme la oportunidad. Iván es un niño muy bueno. Le pido, señor Gálvez, que no permita que nadie vuelva a empujarlo al infierno. Porque si le pasa algo, le arrancaré esos pelos de la cabeza.
—¿Perdón? —Estaba tan confuso como sorprendido.
—Lo que ha oído. La única víctima aquí será él, y lo sabes. He cumplido mi trabajo, y sé que la única razón por la que prescinde de mí es por qué esa Barbie plástica te ha insistido hasta la saciedad. No me importa. Lo único que te digo es que si Iván sufre por tus decisiones egoístas de nuevo, te las verás conmigo.
Tras hablar salió de la habitación a paso rápido. Por inercia Fabio se apartó. Fue la primera vez que vio a Sam fuera de su mirada dulce y acogedora.
—Las mujeres damos miedo, Fabio —dijo Julieta entre risas cuando pasaba tras él—. Sam es la mejor mujer que ha pisado esta casa, sin hablar por supuesto de la señora Cloe. Deberías pensar bien tu postura. Además, es mucho más guapa que esa nueva que te has buscado.
—Julieta, esto no tiene que ver contigo —respondió molesto y avergonzado.
Aunque sí reconocía una verdad. Sam le parecía dulce, le parecía hermosa. Amaba a su hijo. Y aún así, no era capaz de verla, aún mirándola.