Las calles estaban teñidas de un gris indeciso y el viento arrastraba hojas secas como si fueran secretos olvidados. Sam sostenía una pequeña bolsa en una mano y su bolso en la otra, esperando el bus con la impaciencia de quien lleva la mente llena de ocupaciones y horarios. Debía hacer la compra de todo lo que hacía falta, y mentalmente se esforzaba en planear platillos equilibrados y sanos. Quería comprarle algo a Iván, un regalo, un obsequio, algo que le pudiera gustar. No por ganarse su cariño —sentía que ya lo tenía—, sino como agradecimiento por aceptarla, por escucharla y por convertirse de cierta forma, en su apoyo moral. Fue entonces cuando notó la presencia. No un ruido, no un susurro, sino una sensación, como si alguien la mirara desde el otro lado del mundo. Al girarse, vio a una mujer caminando hacia ella con pasos seguros y una sonrisa que tenía más de amenaza que de cortesía.Alta, elegante, con una melena rubia perfectamente arreglada y un abrigo que gritaba "lujo" d
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