El trayecto de regreso fue un silencio pesado y abrumador, tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo. No podían mirarse a la cara. Fabio, de la vergüenza tras haberse declarado sin pensar, y Sam, incómoda, no sabía cómo procesar todo eso.
Cuando llegaron a casa, fue Iván el primero que corrió a los brazos de Sam una vez cruzó el umbral. Sus ojos apagados habían vuelto a brillar en un segundo. La abrazó, feliz de que estuviera de regreso. Sam acarició su cabello pero el niño, aún sintiendo la tensión entre ambos, prefirió ignorarlo por el momento.
—Tardaste en volver, Sam —dijo el pequeño una vez se apartó de sus brazos.
—Lo siento, cariño. Necesitaba pensar. Pero ya estoy algo mejor. ¿Qué te parece si esta noche hacemos una cena especial?
Iván asintió con agrado.
Un rato después, Sam se dirigió a su habitación. Sentía el peso de la casa, de la declaración de Fabio y de sus propias dudas. Del recuerdo de todo lo que había pasado en unos días. Se sentía como si estuviera cami