A la mañana siguiente, Sam se despertó con el sol de Moscú colándose por las cortinas rojas. El peso de la noche anterior, y las dudas que sintió al oír los murmullos de Iván la había dejado toda la noche sin dormir. Se sentó en la cama, con el teléfono en la mano, y pensó en llamar a Fabio. Tras pensarlo unos minutos, decidió no hacerlo, y evitarle preocupaciones. Decidió hablar con el pequeño ella misma y descubrir si realmente sabía algo o no.
Se sentó en el sofá, con el corazón latiendo con fuerza, y esperó a que el niño se despertara. Una hora después, Iván salió de la cama a paso torpe, acercándose a Sam mientras se frotaba los ojos.
—Buenos días —murmuró, más dormido que despierto.
—Buenos días, cariño —respondió Sam, con una sonrisa—. ¿Dormiste bien?
Iván asintió. Se sentó en el sofá a su lado y se quedó mirando a Sam.
—¿Estás bien? —preguntó—. Te ves cansada.
—Estoy bien —respondió Sam, solo que no dormí bien.
—¿Es por papá? ¿Le pasó algo? —preguntó perdiendo el co