La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas del hospital, dibujando figuras polvorientas sobre el suelo de vinilo. Habían pasado tres días desde la noche en la nave, y el tiempo, que normalmente se sentía eterno, ahora corría a una velocidad vertiginosa. Fabio estaba sentado en una silla, con la cabeza gacha, mientras Iván dormía plácidamente en la cama. El niño, a pesar de su ligero grado de desnutrición, se había recuperado rápidamente. Fabio, en cambio, goloeado mientras estuvo retenido, no sentía ni la mitad de dolor de lo que sentía en su pecho.
La puerta de la habitación se abrió, y Christian entró con el rostro impasible. Llevaba ropa limpia y el aura de un hombre que se había bañado y dormido, algo que Fabio no había hecho en días. Christian no se sentó, se quedó de pie, con los brazos cruzados.
—¿Alguna noticia de Sam? —preguntó Fabio con voz ronca.
Christian lo miró con una frialdad que heló la sangre de Fabio.
—No quiere verte. Algo normal, en mi opini