La silueta de aquél hombre sentado en la silla frente a él, generaba una gran carga de impotencia en Fabio. Por primera vez en mucho tiempo sentía miedo. No tanto por él, sino por su hijo.
—¿Vas a hablar? —preguntó con un acento soviético muy marcado.
—Ya te he dicho que no sé qué esperas de mí. Hacía muchos años que no tenía una relación cercana con mi padre. Lo que sea que estás buscando, nunca me lo confío.
Recibió una fuerte patada en el pecho. Aún sentado en la silla, llegaba sin dificultad.
—No me mientas, Fabio. Si no empiezas a hablar, la próxima vez que venga será con tu hijo en una bolsa de basura.
Esas palabras le hicieron estallar en ira, pero no podía hacer nada encadenado.
—Maldita sea, suéltame. Vamos a arreglar esto a golpes maldito idiota.
La silueta sonreía divertida. Le gustaba ver la desesperación de Fabio intentando escapar.
—En su casa no hay nada. En la tuya tampoco. Sí, hemos estado allí y no supiste nada. Tu nueva niñera también es muy hermosa. Sería un