—¿Qué diablos quieres —preguntó Margareth sin reparar en Christian—. No tengo ninguna limosna para darte.
—¿Dónde está Fabio?
La pregunta, tan directa y cargada de amenaza en su voz, silenció a Margareth por unos segundos. Miró por unos instantes a Christian y luego habló.
—No tengo idea de dónde está. Desde que me cambió por ti, no sé nada de él —clavó su mirada fría y burlona en Sam—. ¿Acaso ya se cansó de tí y te abandonó? No me extraña, no eres más que una pordiosera.
Sam dio un paso hacia ella, y Margareth hizo lo mismo. Ambas estaban detenidas a centímetros. La tensión se podía tocar y Christian comenzaba a sentirse nervioso. A este paso, sentía que una de las dos acabaría muy mal parada.
—Si Fabio no me quiere a mí, a la única mujer que lo amó de verdad, ¿qué te hace pensar que te querrá a ti, una niñera de pacotilla? No puedes ofrecerle nada que yo pueda mejorar.
—¿Por ejemplo? —preguntó Christian metiéndose en la conversación—. No creo que le puedas ofrecer casas o diner