12- Cena para dos

 El interior del vehículo era elegante, con un suave olor a cuero y un silencio que contrastaba con el estruendo de sus pensamientos. Christian conducía con una calma aparente, pero su sonrisa burlona y su mirada de reojo la hacían sentir como una presa. El coche se detuvo frente a un pequeño, pero ostentoso, restaurante de alta cocina. La fachada, de ladrillo oscuro y luces tenues, le hizo saber que no era un lugar para un sueldo como el de ella.

​—Este lugar es discreto y perdido fuera de las avenidas principales, pero es mi lugar favorito para comer en compañía  —dijo Christian con una risa burlona  mientras la invitaba a pasar.

​Sam se sentía fuera de lugar. Christian pidió vino sin siquiera preguntarle, y se acomodó en su silla con una arrogancia que la molestó profundamente. La tensión entre ellos era palpable. Christian la miró con sus ojos azules, penetrantes, y la sonrisa se le borró de la cara.

​—Hablemos claro, Sam. Mi hermano no está preparado para ser un líder. Esta empresa se está yendo a la quiebra porque él es un inútil emocional. Se ha encerrado en su dolor y no puede ver más allá. El consejo directivo lo está presionando y, en unas semanas, será historia. La empresa en la que trabajó nuestro padre, nuestro abuelo… será un recuerdo.

​Sam, que hasta el momento se había mantenido en silencio, sintió un impulso de defenderlo.

​—Él no es un inútil. Es un hombre que está roto y que está intentando reconstruir su vida.

​—Lo sé —Christian sonrió, una sonrisa fría que le hacía parecer un demente—. Y por eso mismo no puede tener esta empresa. Yo la salvaré. Yo la haré crecer. Y tú, Sam, puedes ser parte de ello. Te ofrezco un puesto en mi empresa. Un trabajo estable, un futuro sin incertidumbre. ¿Qué me darás a cambio? Información, Samantha. Quiero saber qué hace Fabio, qué piensa, cuáles son sus movimientos. Quiero saberlo todo.

​Sam se sintió ofendida.

​—No haré eso. Para empezar, a día de hoy sigue siendo mi jefe. Entiendo que puede no estar en su mejor momento, pero no voy a convertirme en una traidora que lo hunda aún más desde dentro. 

Christian la observaba con total atención. Sam no era capaz de describir esa mirada pero se sentía analizada de pies a ​cabeza.

—No te pido que lo traiciones. Ni siquiera me interesa si te acercas a él de forma más personal o no. Solo quiero que me cuentes cómo evoluciona. Aunque es el mayor, desde hace dos años no lo reconozco. A veces soy un poco hiriente con él, simplemente para que despierte.

Reía recordando algún momento que prefería no contar. Sam negaba con la cabeza.

—No te entiendo, Christian, por muy bonito que lo quieras pintar, no voy a aceptar. Ni siquiera te conozco como para confiar en tí.

—Tienes una energía muy fuerte, Sam. Admito que me agradas. No te dejas intimidar por nadie. 

—Lamento no decir lo mismo de tí. Sin ofender.

—No ofendes querida. Tenemos toda la noche por delante. Puedo ser ambicioso, engreído, prepotente. Quizás un niño pequeño que encuentra diversión en molestar a otros, pero no te confundas. Mi hermano es mi vida. Cada decisión que tome sobre él, es para intentar devolverle al camino. Y esa rubia cara de perro no ayuda.

Sam se rió por primera vez en toda la noche. Christian le devolvió la sonrisa y esta vez, no sintió frialdad o soberbia. Vió calidez.

​La cena continuó entre música de jazz en directo . La tensión del principio se disolvió en un extraño coqueteo. Christian era un hombre curioso, lleno de anécdotas extravagantes y un humor ácido que, a pesar de su desconfianza, le resultaba entretenido. Era un hombre sin filtros, directo, que la escuchaba con atención. Por primera vez en mucho tiempo, Sam se sintió viva. La noche se convirtió en una aventura, en un escape. Salieron del restaurante y fueron a un bar, donde tomaron copas y hablaron durante horas. Sam, que normalmente era reservada, se abrió a él. Se sintió escuchada, comprendida. 

Christian por su lado, no perdió la oportunidad de acercarse a ella más de lo que debería. Sam lo rechazaba pero era tanto su insistencia, teatral y cómica, que no podía parar de reír. El alcohol también influía,pero comenzó a verle con otros ojos. Aunque seguía siendo un desconocido, sentía en él un alma más grande de la que quería reflejar al exterior.

​Mientras tanto, en casa de Fabio, la cena era un completo desastre. Margareth, con la prepotencia de una reina caída, intentó cocinar algo sofisticado, pero el resultado fue un fracaso. La comida estaba fría, insípida, y el ambiente era tenso. Iván se negaba a comer, lo que provocó la ira de Margareth.

​—Iván, come. ¡Ahora! —le ordenó.

​—No quiero. La comida de Sam es mejor. tú no sabes cocinar. 

​Margareth, herida en su orgullo, se levantó de la mesa, furiosa.

​—¡Este niño es un malcriado! Lo que necesita es un internado en Irlanda, para que lo eduquen como se debe. Con esa actitud, jamás será un hombre.

​Fabio, que hasta el momento se había mantenido en silencio, estalló.

​—No vuelvas a hablarle así a mi hijo.

​—Soy tu futura mujer, Fabio. Y si no te gusta, vete a buscar a esa petarda. Pero no esperes que me esfuerce por una familia que no valora mi sacrificio. He estado todo el día preparándome para esto, y nadie lo valora.

—Cuarenta minutos —murmuró Iván entre dientes.

—No tienes respeto por nadie, mocoso. Esa mujer te está dando muy malas influencias.

​Fabio se levantó de la mesa, con la cara descompuesta. Se sentía miserable. La cena, que debería haber sido el comienzo de una nueva vida, era el final de todo. La cena en familia que Margareth había propuesto, era el fracaso total.

​—Creo que es hora de que te vayas, Margareth.

​La mujer, ofendida y con el rostro pálido de rabia, salió de la casa, y se montó en el coche, pidiéndole al chófer de Fabio que la llevara a casa.

​Fabio se quedó solo en el salón, sintiéndose más vacío que nunca. El silencio de la casa era ensordecedor. Se sentó en el sofá, con la cabeza gacha, sintiéndose un completo inútil. Nada le salía bien. Su intento de mantener una familia con Margareth había fallado y sabía que no podría remendar ese error. 

…….

​Cuando Sam regresó a casa, ya era de madrugada. El frío de la noche la había obligado a abrigarse con la chaqueta de Christian. Al entrar, vio a Iván dormido en el sofá, esperando por ella. Se acercó, le dio un beso en la frente, y lo cargó con cuidado hasta su habitación.

​Cuando salió de la habitación de Iván, se encontró con Fabio. Él la miró con una expresión de arrepentimiento.

​—Sam, tengo que hablar contigo.

​—Ahora no, señor. Ya es muy tarde.

​—Sam, por favor.

​—¿Cómo fue tu noche? —preguntó ella, con un tono de voz inusual en ella, visiblemente borracha.

​—Fue un desastre.

​—La mía fue genial. Me encontré con Christian. Al principio da miedo, pero al menos no me dejó abandonada como un perro para jugar a la familia feliz. Me trató muy bien. 

​—Sam, deberías controlar lo que dices. Estás borracha. Podrías decir algo de lo que te arrepientas.

​—¿Por ejemplo? —dijo parándose en el marco de la puerta de su habitación—. Podría decirte que me siento herida, abandonada. Que esperas que esté al lado de Iván y en vez de un buen trato, recibo de tí malas contestaciones. Soy una persona, tengo sentimientos. Si no quieres que esté aquí, deja de hacer el payaso en una empresa que te van a quitar y quédate más al lado de Iván.

Entró y de un portazo cerró la puerta.

Fabio se quedó en medio del pasillo. No sabía qué pensar ni cómo reaccionar ante las palabras de Sam. Se sintió herido, insultado. Pero no era capaz de enfadarse porque sabía que tenía razón. La había tratado mal. Su hermano la había encandilado, y esa idea despertó en él un sentimiento de celos que se avergonzó al sentir. Sacó sus ideas de la cabeza y se dispuso a dormir. No podía mantener todo igual, pero no se sentía con fuerzas de cambiar nada. 

«Al final, el único culpable soy yo.» pensó.

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