Aquella era una mañana fría del mes de octubre. Las hojas amarillas y rojizas en los altos arboles de los jardines en la mansión Lombardo, caían y se mecían en el viento asemejando una delicada danza de ballet. Adara no había logrado dormir en toda la noche, presa de sus miedos y ansiedades. Mirando aquel hermoso anillo que le gritaba al mundo su compromiso con Dante, se sintió nuevamente sola y confundida…sabía muy bien el valor sentimental que aquella joya representaba para su ahora prometido.
“Este es el anillo de mi abuela Sophia, ella me lo dio para que un día se lo de a mi futura esposa…y un día te lo voy a dar a ti”
Aquellas palabras que Dante le había dicho antes de humillarla en aquella fiesta de su abuela paterna, casi las había olvidado por completo. Trayendo de vuelta aquellas viejas memorias de su niñez, Adara recordó lo mucho que ella alguna vez amó a Dante; él había sido un niño dulce y tierno, al que nunca hasta ese día, pareció importarle que ella fuera tan solo la hi