Marcos
Tenía que reconocer que volver a ver a Sam me había sacado de balance.
¿Es que nunca lucía mal? Cada vez que la veía, su pelo estaba brillante, su sonrisa blanca de dientes perfectos y sus ojos… sus ojos sonreían. Había algo en ellos, algo que me tenía al límite de la cordura.
Di un vistazo rápido a Emilia, quien estaba sentada junto a los otros niños. Anto estaba a su lado y conversaba animadamente con ella. Sebastián y Alexander estaban enfrascados en una competencia de quién podía tocar más rápido la canción que habíamos aprendido hoy, y Gloria hablaba por teléfono en una esquina de la sala.
Suspiré y miré el reloj.
—Muy bien niños, haremos la ronda de despedida.
Todos corrieron hacia mí y se reunieron en un círculo como era de costumbre al final de cada clase.
—¿Cómo se hace eso? —preguntó Emi. Le sonreí con ternura.
Me agradaba mucho esa pequeña.
—Nos tomamos de las manos, cerramos los ojos y respiramos profundo —le expliqué—. Inhalen y exhalen.
Sebastián tomó la mano de