SamantaEra viernes y, como todas las semanas, me había levantado más temprano de lo habitual. Aunque no era algo que me fascinara, lo hacía porque mi hermana pequeña asistía al colegio y mis padres no podían llevarla por las mañanas. Desde que Emilia había comenzado las clases, mis padres y yo habíamos tenido que adaptar nuestros horarios en función de ella.Mi hermana tenía cinco años y ese era su primer año escolar, por lo que sus jornadas eran bastante cortas, lo que representaba un problema para mis padres, ya que ambos trabajaban de sol a sol. Por eso, y considerando que mis clases en la universidad eran más flexibles, me había tocado ayudar con las idas al colegio.Al principio no me molestaba en absoluto llevarla. Mi hermanita lo era todo para mí. Pero debo reconocer que, con el tiempo, la idea se fue volviendo un poco desagradable.Puede sonar contradictorio, pero todo tiene su motivo, y pensar en eso me provocaba un enorme malestar.Emilia se encontraba sentada en el sillón
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