Mora salió del baño como si el aire dentro de casa fuera tóxico. Sus manos temblaban, el teléfono aún ardía en su palma, y sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas, luchando por no romperse.
Su corazón latía con fuerza, golpeando contra su pecho con una mezcla de miedo, frustración y rabia.
Intentó llamar a Darrel. Una vez. Dos veces. Tres. Cada vez que la llamada era desviada, la desesperación crecía como una tormenta en su interior. Mientras tanto, Tina seguía enviando mensajes y fotografías, cada uno más hiriente que el anterior.
Uno de los textos finalmente la hizo derrumbarse.
«¿Todavía crees en su fidelidad? Pobrecita, tan ingenua como siempre»
Mora apretó los dientes, su mirada fija en la pantalla, mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla.
—¡Debo saber si eres un traidor infiel, Darrel! —gritó, lanzando el teléfono a la cama como si quisiera alejar el dolor que la consumía.
Tomó su cartera y salió de casa, su mente repitiendo una y otra vez las mismas preguntas. ¿