—¡¿Cómo está mi hijo?! —exclamó Cecilia, desesperada, sintiendo que su pecho iba a estallar por la incertidumbre.
El médico, un hombre sereno, pero cansado, dejó que pasaran unos segundos antes de responder, como si quisiera asegurarse de transmitir la noticia de la manera más clara posible.
—¡La operación fue exitosa!
Por un momento, Cecilia se quedó inmóvil, incapaz de procesar las palabras. Luego, una sonrisa se dibujó en su rostro, amplia y radiante, como si el sol hubiera regresado después de días de tormenta.
—¡Dios mío! —gritó entre sollozos, llevándose las manos al rostro—. ¡Gracias, Dios! ¡Gracias!
El médico levantó la mano con calma para detenerla antes de que la emoción la desbordara por completo.
—Entiendo su alegría, señora, pero aún debemos ser pacientes. Aunque todo indica que fue un éxito, necesitamos esperar a que despierte. Será crucial verificar cómo responde y asegurarnos de que no haya complicaciones.
Cecilia asintió, luchando por calmar su respiración.
—¿Puedo ver