Meses después
El invierno había quedado atrás, y con la cercanía de la primavera, el jardín de la casa se llenaba de vida. Los primeros brotes verdes anunciaban la renovación, y el aire parecía más cálido, casi como un reflejo del nuevo comienzo en la vida de Marella y Dylan.
Marella se encontraba sentada en una banca de madera, envuelta en un suéter ligero, mientras observaba a Dylan con los bebés.
Sus ojos no podían apartarse de la escena: él sostenía a la pequeña Mora con una delicadeza que hacía que su corazón se hinchara de ternura.
La niña, quien al principio parecía inquieta y difícil de consolar, ahora dormía profundamente en los brazos de Dylan, como si él tuviera la capacidad de acunar sus temores y convertirlos en sueños apacibles.
Marella recordaba las noches en vela, los momentos de impotencia cuando nada parecía calmar a la pequeña, parecìa resentir su pasado.
Pero todo cambió desde que Dylan comenzó a arrullarla; su voz baja y el calor de sus brazos parecían mágicos.
Dyl