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Antes de tocar el picaporte ya escuchaba las vocecitas agudas, llamándolo.

—¡Papi, papi! ¡Abre la puerta!

Abrió la puerta de un tirón, sonriendo de oreja a oreja. Melody le saltó al cuello apenas se agachó. Las abrazó a las dos con todas sus fuerzas, mientras ellas lo bombardeaban de besos y preguntas atropelladas. Alzó la vista hacia Jen, negándose a soltarlas o dejar de sonreír.

—Hola.

—Hola, Stu. —Los ojos de Jen recorrieron el frente de la casa—. Has encontrado un bonito lugar.

—Sí. —Volvió a enfrentar a sus hijas—. Había alguien preguntando por ustedes hace un rato —les dijo con un guiño—. A la derecha de la puerta, en la sala.

Elizabeth designó con gesto imperioso a su hermana menor para que fuera a fijarse de qué se trataba. Melody se adelantó con cautela. Su vocecita llegó con un eco de desilusión.

—¡Aquí no hay nadie, papá!

—Fíjate bien —le dijo Stu con otro guiño cómplice a Elizabeth.

—¿Star? —preguntó una voz

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