capítulo 32. Lo quiero
El sol de la tarde proyectaba largas sombras cobrizas sobre el Muelle de Carga C-14, un páramo desolado en las afueras del puerto de Milán. El aire era denso, impregnado con el olor metálico del óxido, la salinidad del mar y la inconfundible fragancia del peligro. Era el escenario perfecto para un ultimátum, el lugar donde el pasado de Liana sería forzado a confrontar su presente.
Lucifer no había permitido que Liana se separara de él ni un metro desde que salieron del palazzo. El trayecto fue en un silencio cargado, la mano de Lucifer como un grillete de terciopelo en su muñeca, su presencia un campo de fuerza que la envolvía. Liana sentía la tensión de él, el miedo brutal de que ella pudiera ceder a la súplica de su hermano. Ella entendía que él no la estaba protegiendo solo de Evan; la estaba protegiendo de sí mismo, de la inestabilidad que su huida provocaría.
Lucifer detuvo su Rolls-Royce negro a cincuenta metros de una furgoneta civil. Había sombras, movimientos sutiles en