NARRADOR:
Lucifer no esperó su respuesta. Simplemente dio media vuelta y caminó de regreso hacia el Gran Salón. Liana tardó unos segundos en recuperarse del golpe, tocando su labio magullado. Él la había roto, pero no la había quebrado. Y en esa fractura, ella encontró una fuerza fría y calculada. Si él la quería en su reino, ella aprendería a reinar. Ella siguió a Lucifer, la tela del vestido color sangre susurrando sobre el mármol pulido. Cuando entraron de nuevo al salón, el ambiente era diferente. La gente se apartaba, las risas cesaron, y las miradas se desviaron; no por miedo a Liana, sino por miedo a lo que Lucifer le había hecho para que se viera tan quebrada y sumisa. Lucifer la guió hasta un pequeño grupo de hombres, claramente líderes del submundo, que la esperaban. —Continúen —ordenó, con esa calma peligrosa que tenía. Liana se paró un paso detrás de él, con la cabeza ligeramente inclinada, un retrato de la obediencia forzada. Liana se obligó a escuchar. La conversación era densa: territorios, contrabando, porcentajes de lealtad. Nombres y cifras volaban, pero Liana, la "chica salvaje", no era la tonta que Lucifer creía. Se obligó a ignorar el ardor de su labio y a prestar atención. Recordó los viejos expedientes que su madre guardaba sobre su padre, los mapas y los negocios. De pronto, un nombre mencionado al pasar por uno de los hombres —"Los Marchesi, señor" —resonó en su memoria. Su padre siempre había evitado cualquier negocio con los Marchesi, llamándolos el "eslabón débil". En ese mismo instante, Liana escuchó a Lucifer dictar una orden arriesgada: un plan para usar la ruta marítima controlada por los Marchesi para mover el próximo cargamento. El plan era audaz, pero estúpido, confiando en una lealtad que no existía. El pánico se apoderó de Liana. Si este cargamento se perdía, Lucifer la castigaría por su fracaso, a pesar de que no tenía voz. Ella se mantuvo en silencio, pero su mente corría. Había una forma de advertirle a Lucifer que estaba cometiendo un error sin romper la regla de su silencio. La tensión en la sala era palpable. Lucifer estaba a punto de cerrar el acuerdo. Liana levantó ligeramente la cabeza, sintiendo el peso de la mirada de Lucifer sobre ella, la cual era más un control de seguridad que un afecto. Ella sabía que la única parte de su cuerpo que Lucifer había intentado reclamar y silenciar era su boca. Así que eligió un arma que él nunca esperaría: su mano. Deslizó su mano derecha desde detrás de su espalda y, con el vestido rojo como fondo, hizo un movimiento sutil. Con los dedos en perfecta formación, tocó el puño del guante negro de Lucifer en su muñeca. Era un gesto que, para los hombres del salón, parecía una simple, sumisa caricia de una amante. Pero no lo era. Usando el mismo sistema de gestos rápidos que ella y Evan usaban cuando eran niños para advertirse de la presencia de su padre o de un peligro, Liana tocó la muñeca de Lucifer. Primero, un golpe seco con el índice: Peligro. Luego, tres golpes rápidos y continuos con el pulgar: Observa/Mira. Finalmente, un arrastre lento del meñique, un gesto que significaba en su código: Viene de ese lado. Para cualquiera en el salón, era un coqueteo silencioso. Pero cuando Liana terminó, la mano de Lucifer se congeló. Él no reaccionó con ira. No reaccionó con un grito. Solo se quedó inmóvil, su cuerpo rígido, la respiración apenas perceptible. Su mirada se mantuvo fría, pero por primera vez, el control de sus ojos se quebró. Había una confusión momentánea, una pregunta incrédula: ¿Qué acaba de hacer? —Señor, ¿continuamos? —preguntó uno de los hombres, impaciente. Lucifer parpadeó, volviendo a la realidad con una brusquedad violenta. Su plan había sido interrumpido. —No —dijo Lucifer, su voz ahora era helada y cortante— La ruta de los Marchesi no es segura. No confío del todo en ellos. Detengan el cargamento. Usaremos la ruta norte. Los hombres se miraron entre sí, desconcertados por el cambio repentino. El plan era su plan estrella, y lo había descartado por una razón que ninguno lograba entender, todo parecía funcionar minutos antes. El rival que había cuestionado a Liana se veía furioso. Lucifer despidió a los hombres con brusquedad. El salón se vació rápidamente, dejando solo a Liana y a él. Lucifer caminó lentamente hacia ella, su aura de peligro magnificada. La agarró del brazo, no con violencia, sino con una fuerza contenida y aterradora, y la arrastró fuera del salón hasta la biblioteca contigua. —¡Maldita sea! ¡¿Qué has hecho?! —rugió, su voz llena de una furia reprimida. —Obedecí —dijo Liana con calma, su voz todavía baja— No hablé. Lucifer la estrelló contra una pila de libros. —¿Crees que soy un imbécil? Ese código... ¿Qué diablos era eso? ¿Un mensaje? Liana lo miró a los ojos, el miedo se había ido, reemplazado por la satisfacción de haberlo desestabilizado. —Era una caricia, Lucifer. Solo estoy aprendiendo a comportarme como tu reina —Ella sonrió, una sonrisa pequeña, astuta, que no llegaba a sus labios magullados— Pero ya que me preguntas, te estaba advirtiendo que los Marchesi te van a traicionar. Mi padre nunca confió en ellos. Y yo acabo de evitar que perdieras millones de dólares. Lucifer se quedó inmóvil. Se dio cuenta de que su rehén, la "mercancía defectuosa" que acababa de humillar, lo acababa de salvar. Y lo había hecho sin romper su única regla. Él la liberó y se alejó unos pasos, pasando su mano por su cabello con frustración. Este no era el juego que había planeado. Se giró hacia ella con una mirada de puro peligro, pero ahora mezclada con un respeto involuntario. —¿Cómo lo supiste? —Su voz era un gruñido. —Soy la hija de un deudor. El enemigo de su enemigo. Sé cómo piensa la gente de esa vida, Lucifer. Me humillaste, me marcaste y me quitaste mi voz. Pero a cambio, me debes un favor, me debes mi valor. Ahora, tienes una Reina, una que no habla, una que ve y una que te salvará, quiera o no. Liana se acercó a él, desafiando el miedo en cada paso, y terminó la humillación. Tocó el labio de Lucifer, el mismo que la había besado con crueldad. —Y la próxima vez, la advertencia costará más. Lucifer se quedó allí, atrapado entre la furia, la intriga y la necesidad urgente de saber si ella era la clave de su derrota o la de su éxito. Él la agarró del cuello con brusquedad. —Eres peligrosa, Liana Vespera. —El diablo necesita una reina peligrosa —respondió ella, sin parpadear. Lucifer la besó de nuevo, no como un castigo, sino como una investigación, buscando en su boca la verdad de esa advertencia. El beso fue largo, intenso, una mezcla furiosa de rabia y necesidad. Él se estaba perdiendo en ella, y Liana lo sabía. Ella no devolvió el beso, solo lo soportó, dejando que su mente permaneciera fría. Cuando la soltó, su rostro era una máscara de frustración y confusión. —Vuelve a tu habitación y reza para que la ruta de los Marchesi no sea segura. Si te equivocas, juro que te mataré de la forma más dolorosa que puedas imaginar. Liana no rezaría. Simplemente se giró y caminó, con el sabor de su sangre en la boca. Su vestido rojo ahora simbolizaba su propia amenaza….. —Dante quiero que revises cada centímetro del historial de la Familia Vespera. Especialmente la madre y los Marchesi. Quiero saber exactamente con quién demonios me acabo de casar.