NARRADOR:
Liana pasó las siguientes horas envuelta en una furia silenciosa. El misterio de su padre era un ancla que la arrastraba a las profundidades de Lucifer. Intentó buscar pistas en la suite, pero solo encontró más lujo y silencio. Al anochecer, Clara regresó, no con la cena, sino con un vestido de noche color sangre y una caja de joyería deslumbrante. —El señor requiere su presencia en el gran salón, hay invitados. Debe estar presentable, signorina —dijo Clara en su tono monótono —Recuerde las reglas: manténgase a un paso detrás de él. No hable a menos que él le dirija la palabra. Liana se negó a moverse. —¿Cree que voy a ser su accesorio en una reunión de criminales? Clara no levantó la vista. —Usted no es un accesorio. Usted es la prueba de su poder. Si usted no obedece, el señor encontrará otras maneras de garantizar su sumisión. Métodos que no le gustarán. Liana entendió que la amenaza no era para ella, sino un recordatorio de que Evan seguía siendo su debilidad. Se puso el vestido rojo y se sintió como un maniquí caro, una pieza de exhibición para sellar un trato. Lucifer D'Angelo la esperaba en la base de la gran escalera, vestido con un esmoquin que lo hacía parecer aún más inalcanzable. Sus ojos oscuros recorrieron a Liana de arriba abajo, sin una pizca de aprecio, solo aprobación. —A tiempo, ya estás aprendiendo —dijo él, sin acercarse. —No estoy aprendiendo. Estoy cediendo al chantaje —replicó ella, su voz apenas un susurro. Lucifer sonrió con una sonrisa cruel que se ensanchó al tomar el guante negro de su guantelete —Lo mismo da. Ahora, camina. El Gran Salón estaba lleno de hombres con trajes oscuros, brindando con cristales en sus manos y hablando en dialectos italianos. Liana sintió que todas las miradas se clavaban en ella. La luz, el ruido, la música suave; todo era una fachada elegante para la brutalidad. Lucifer la guió con una mano firme y posesiva en la parte baja de su espalda. En el centro del salón, golpeó suavemente su copa para silenciar a la multitud. —Damas y caballeros. Sé que han notado a mi invitada de honor. Permítanme presentarles a Liana Vespera. La hija de un viejo socio —Lucifer hizo una pausa, sus ojos brillando al sentir la rabia de Liana —Y mi futura Reina. La palabra Reina cayó como una sentencia. Las felicitaciones llovieron, pero Liana solo podía sentir el peso del anillo de compromiso invisible que él acababa de colocar en su dedo. El salón era un circo de depredadores, y Liana era la nueva atracción. Justo cuando Lucifer se disponía a llevarla a un rincón, un hombre alto, con una cicatriz cruzando su mejilla y una sonrisa lasciva, se acercó a la pareja. Su nombre era Carlo, y la mirada que le dedicó a Liana no era de admiración, sino de evaluación cínica. —Congratulazioni, Señor. Una pieza fina. Pero ¿una Vespera? ¿No es un poco... salvaje? —dijo Carlo, su voz reprobatoria. Ignoró a Lucifer y se dirigió a Liana con una mirada deliberadamente lasciva. —Escuché que el padre de la chica tenía deudas sin pagar. ¿Significa que la mercancía tiene defectos, Lucifer? La sala se quedó en silencio. Todos miraban a Lucifer, esperando su respuesta. La mano de él, fría y pesada en la parte baja de la espalda de Liana, se convirtió en una garra. Era una advertencia silenciosa. Liana sintió la sangre hervir. Su primer instinto fue gritar, gritarle a Carlo que ella no era una propiedad, que era una mujer, que él era un animal. Sus labios se abrieron, la furia de una vida de injusticias a punto de explotar. Pero antes de que pudiera pronunciar una sílaba, la garra de Lucifer se apretó, casi rompiéndole una costilla. —Salvaje, tal vez. Pero yo domino lo salvaje —dijo Lucifer, su voz aún baja, pero con un filo de hielo que prometía muerte. No miró al rival; solo miró a Liana, sus ojos le decían que se callara. —¿Quieres ver si tiene defectos, Carlo? Lucifer empujó a Liana suavemente hacia adelante, obligándola a pararse directamente frente a Carlo. Luego, en un movimiento que hizo que la sala contuviera el aliento, Lucifer la tomó por el cuello con su guante negro, la inclinó ligeramente hacia atrás y la besó. No fue un beso de pasión, ni siquiera de posesión íntima. Era una demostración de fuerza bruta. Su boca era dura, implacable, diseñada para humillar a Liana y castigar a Carlo por la afrenta. Liana sintió el sabor metálico de la rabia, su cuerpo se puso rígido, su mente gritaba protesta, pero el miedo paralizante a una venganza contra Evan la mantuvo inmóvil. Era una declaración de guerra, sellada sobre los labios de ella. Cuando finalmente se separó, los labios de Liana estaban magullados. El salón seguía en un silencio espeluznante. Lucifer la soltó, su aliento era caliente en su oído. —El producto es perfecto, Carlo. Y ahora es mío. Si la vuelves a mirar así, serás tú quien tendrá un defecto permanente. Lucifer no esperó respuesta. Agarró la muñeca de Liana con una fuerza de hierro, ignorando el cristal de su copa qué cayó dejando un tintineó en el mármol. La arrastró fuera del salón, a través de una puerta lateral y a un pasillo oscuro, lejos de las luces y las miradas. Él la empujó contra la pared con una fuerza innecesaria. Liana golpeó el mármol, el dolor fue agudo. Lucifer se abalanzó sobre ella, apoyando sus manos a cada lado de su cabeza. —Esa fue tu primera lección, reina, y la reprobaste —Su voz era un gruñido furioso que la obligó a mirarlo— Te vi abrir la boca, Liana, vi la furia en tus ojos. Estabas a punto de romper mi única regla. El corazón de Liana latía a mil por hora, no solo por el miedo, sino por la humillación. —Él me llamó mercancía. —Es lo que eres. En ese salón, tú eres mi escudo, mi trofeo y mi propiedad. Cuando un rival te insulta, me está insultando a mí. Tú no lo enfrentas. Yo lo mato. Lucifer le rozó el labio magullado con el pulgar. El contacto fue una burla. —La próxima vez, no haré el trabajo por ti. De ahora en adelante, tu silencio es tu obediencia y tu sumisión es tu supervivencia. Aprende a obedecer o te romperé frente a todos. ¿Entendido? Liana tragó el nudo de resentimiento en su garganta, asintiendo apenas. No podía hablar, no podía darle el placer de escuchar su voz quebrarse. —Quiero escuchar la palabra, Liana —exigió Lucifer, acercando su rostro. Liana lo miró a los ojos, con el odio ardiendo, pero sabiendo que su vida, y la de Evan, dependían de esa palabra. —Entendido —siseó. Lucifer sonrió con satisfacción. La marca se había hecho. —Bienvenida a tu vida, Reina. Ahora, volvamos. Aún no hemos terminado de saludar. La soltó y comenzó a caminar, dejando a Liana sola en la oscuridad del pasillo, el labio roto, el corazón en llamas. No estaba rota, pero estaba magullada. Y ahora, Liana sabía con certeza que la guerra contra Lucifer D’Angelo era lo único que la mantendría viva.