Capítulo 49. La elección de la reina
El umbral de la puerta del décimo piso era una línea invisible entre dos infiernos: el caos de la traición materna y la agonía de un esposo herido. Liana giró el pomo de latón con una lentitud deliberada, el sonido metálico crepitando en el eco amortiguado de la escalera. No abrió la puerta, la empujó con un golpe seco. La Villa Belvedere no era el escenario de su rescate; era el campo de batalla para su coronación.
Al otro lado del pasillo, la escena era un desfile de sombras. Elena Vespera estaba allí, impecable en un traje de viaje de color gris oscuro, flanqueada no por los leales de D’Angelo, sino por una mujer alta y fría—una teniente de Petrov—y dos pistoleros rusos. Elena no llevaba arma, pero su mirada era el arma más afilada.
—Liana —dijo Elena, su voz, profunda y resonante, era el sonido del pasado que regresaba—. Por fin.
Liana ignoró a su madre. Su mirada se centró en la teniente, una mujer que apestaba a dinero fácil y a la frialdad de los códigos de Petrov.
—Ustede