Al día siguiente, Sofía llegó temprano. Encontró a Mateo en la cocina, con el semblante cansado, pero con una expresión diferente. No había la habitual tensión.
—Sofía —dijo Mateo—. Necesito que me escuches.
Sofía se acercó.
—Sé que he estado… insoportable. Y que he dejado que la presión de Eduardo nos afecte. He olvidado por qué empezamos esto. No es solo por una crítica, es por el proyecto que creamos. Es por lo que significa para nosotros. Y para el barrio.
Se acercó a ella.
—Necesito tu calma, Sofía. Sé que mi perfección a veces es una locura, pero tu corazón… tu corazón es lo que equilibra todo. Sin ti, esto es solo técnica. Es vacío.
Extendió la mano, y Sofía la tomó sin dudarlo. El tacto de sus dedos se entrelazó, una conexión que iba más allá de las palabras.
—Vamos a hacerlo a nuestra manera —continuó Mateo, apretando su mano—. Con mi visión y tu alma. Sin ceder a lo que Eduardo espera, sino ofreciéndole lo que somos. Lo que hemos construido juntos. Y si no le gusta… bueno, q