Una mañana soleada, Mateo y Sofía se encontraron en el bullicioso Mercado de la Cebada. Mateo, acostumbrado a los proveedores de alta gama y a los ingredientes importados, se vio arrastrado por Sofía entre puestos de verduras de temporada, quesos artesanos y el griterío de los vendedores.
—Mira estos pimientos de Padrón, Mateo —dijo Sofía, escogiendo unos con cuidado—. Son de un pequeño agricultor de la sierra. No son perfectos, pero el sabor… el sabor es insuperable.
Mateo los olió, sorprendido por la frescura. Había estado tan enfocado en la técnica que a veces olvidaba la simpleza de un buen producto. Sofía le habló de cómo elegir las mejores fresas, de la diferencia entre una manzana para asar y otra para una tarta. Mateo la escuchaba, fascinado por su conocimiento instintivo, por su conexión con la tierra.
—¿Y esto qué es? —Mateo señaló un puesto lleno de especias coloridas y aromáticas, algunas que Sofía nunca había visto.
—Azafrán de La Mancha. Y estas son bayas de enebro, perf