En la notaría, a Sofia no le gustaban los despachos, ni los papeles, ni el olor a tinta y café recalentado. Prefería el aroma dulce del horno, el bullicio de su obrador, el tintineo de las cucharas en las tazas de café con leche. Pero allí estaba, sentada con Pilar a su lado, esperando. Pablo, el agente inmobiliario, parecía aún más incómodo que ella, ajustándose la corbata cada dos por tres.La puerta de madera oscura se abrió con un crujido suave y por ella entró él. Mateo Vega. Sofía lo reconoció al instante por las revistas de gastronomía y los reportajes de televisión. Era más alto de lo que imaginaba, con una presencia imponente. Vestía un traje impecable, oscuro, que acentuaba su figura esbelta pero fuerte. Su pelo, oscuro y peinado con precisión, brillaba bajo la luz mortecina de la oficina. Sus ojos, en cuanto se posaron en ella, fueron una descarga. No había una pizca de amabilidad en su mirada; solo una evaluación rápida, fría, casi despectiva.Javier, su primo, venía detrá
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