El silencio se apoderó del local. La tensión era como una ola de frío que se extendía desde la entrada. Mateo y Sofía se miraron. La sorpresa duró solo un instante.
Alejandro avanzó, su mirada fija en Mateo, ignorando al resto del equipo que observaba la escena con una mezcla de miedo e indignación. Su voz, aunque contenida, vibraba con una rabia apenas controlada.
—¡Mateo Vega! ¿Así que ahora eres un héroe? ¿El chef de La Latina que lucha por la "autenticidad"? ¡No me hagas reír!
Mateo se acercó a Sofía, colocándose delante de ella, como un escudo protector. —Alejandro. ¿Qué haces aquí? No tienes nada que hacer en mi restaurante.
—¡Tu restaurante! —Alejandro se rió con amargura—. No sería nada sin mi plan, sin el revuelo que armé. Deberías agradecérmelo. ¡Siempre te he llevado a la cima, Mateo! Y tú, siempre tan ingrato.
Roberto, el abogado, dio un paso adelante. —Señor Vega, mi cliente ha venido a exigir una rectificación pública. El artículo de la señorita Rivas es una difamación.