Cuando Sofía llegó, Adriana ya estaba sentada en una mesa apartada. Tenía una tablet abierta y varios documentos, folios y fotografías esparcidos sobre la mesa, como si fuera un detective desvelando un caso.
—Gracias por venir tan rápido, Sofía —dijo Adriana, sin rodeos, su mirada fija en ella—. Sé que esto es un riesgo para mí, y para usted. Pero la verdad tiene que salir a la luz.
—Dígame qué tiene.
Adriana asintió. Giró la tablet hacia Sofía. En la pantalla, se veían correos electrónicos, transferencias bancarias, y fragmentos de grabaciones de llamadas. Nombres, fechas, cantidades de dinero.
—He estado investigando a Alejandro Soler a fondo. Y su patrón de conducta es mucho más siniestro de lo que se cree. Lo de la inspección de sanidad, las quejas anónimas, los rumores… —Adriana suspiró—. Fue solo la punta del iceberg.
Sofía sintió un nudo en el estómago. —¿Qué más hay?
—Alejandro ha estado haciendo movimientos discretos para intentar comprar el edificio a Don Ricardo —reveló Adr