Capítulo 6

El zumbido de conversaciones mezcladas con el olor a alcohol y fritura llenaba el ambiente. Rubí limpiaba una mesa con movimientos automáticos, apenas consciente del ruido a su alrededor. Sus pensamientos estaban lejos. Como siempre. A veces pensaba que su cuerpo seguía funcionando por pura costumbre.

El bar no era precisamente el lugar más agradable para trabajar, pero hasta ahora había logrado mantener la cabeza alta y evitar los problemas. Hasta que entraron ellos.

Los vio desde el otro extremo del local. Erick Thomson, impecable como siempre, con su sonrisa de tiburón y su traje de diseñador. Lo acompañaban tres de sus amigos, todos hijos de hombres importantes, tan arrogantes como privilegiados. Rubí se tensó al instante, pero no mostró nada. Mantuvo su expresión neutral y se acercó a tomar la orden.

—¿Qué desean tomar?

Los hombres se miraron entre ellos con sonrisas burlonas. Uno de ellos soltó una carcajada mientras la escaneaba de arriba abajo con descaro.

—Mira esto, Erick —dijo uno con voz pastosa por el alcohol—. Tu ex prometida, sirviendo cervezas. Qué bajo a caído, ¿no?

—¿No se supone que era la joya de los Gibson? —añadió otro—. Aunque bueno… parece que la sacaron de la vitrina.

Rubí mantuvo la calma, su rostro inmutable.

—¿Van a ordenar algo o solo vinieron a hablar de mí?

—Tranquila, preciosa —dijo uno con un tono viscoso—. Podemos hacer que esta noche te rinda. Te damos lo que ganas en una semana si te quitas… —miró su abrigo— eso. Solo para entretenernos un poco. ¿Qué dices?

Los demás rieron. Erick no dijo una palabra. Su rostro era una máscara impenetrable.

Rubí los miró con calma. En el fondo sabía que lo que querían era verla quebrarse, humillada, hecha pedazos frente a ellos.

Así que no les dio ese placer.

Con la misma serenidad con la que tomaba pedidos, se desató el delantal y lo colocó sobre la barra. Luego se llevó las manos al abrigo y comenzó a desabrocharlo lentamente. Las risas aumentaron, anticipando el espectáculo.

Pero justo cuando iba a quitárselo, una mano firme se cerró alrededor de su muñeca.

Erick.

Su expresión había cambiado. Los ojos sombríos, la mandíbula tensa.

—Basta —dijo con voz baja pero helada.

Los demás lo miraron, confundidos.

—¿Qué te pasa? ¿De verdad estás tan desesperada por dinero? —preguntó él finalmente.

Ella tragó saliva, pero mantuvo el mentón en alto.

Rubí apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Erick, su ex prometido, se puso de pie y la tomó del brazo. Con paso decidido, la condujo por el pasillo lateral del bar, ignorando las miradas curiosas de los clientes. Entraron en el corredor que conducía a los sanitarios, una zona menos iluminada y vacía.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó él con voz baja, tensa, como si contuviera una furia a punto de estallar.

—Trabajando —respondió Rubí con frialdad, soltándose de su agarre—. Haciendo lo que puedo para sobrevivir.

—¿Sobrevivir, dejando que esos imbéciles te ofrezcan propinas por desnudarte?

—¿Y qué otra opción tengo, Erick? ¿Volver a esa casa como si nada? ¿Aceptar un matrimonio con un desconocido como si mi dignidad no importara? —Lo miró directo a los ojos, con firmeza—. Me queda poco dinero. Emily está pagando el alquiler sola. Si pides algunas botellas más, gano más comisión. Así que si realmente quieres ayudarme, ordena algo y no te metas más.

Erick apretó la mandíbula con fuerza. Su expresión era una mezcla de rabia, impotencia… y algo más oscuro.

—Tengo una mejor idea —soltó, cada palabra impregnada de tensión—. Déjalo todo y ven conmigo. Te mantendré. Te conseguiré un lugar mejor. Dinero, ropa, lo que necesites. —Y entonces, sin rodeos—. Conviértete en mi amante.

Por un instante, el silencio fue absoluto. Rubí lo miró, paralizada. Luego, lentamente, una risa seca se le escapó de los labios.

—¿Tú me estás escuchando? —preguntó, incrédula—. ¿Quieres que me acueste contigo mientras estás comprometido con mi hermana?

—Esa ceremonia fue una farsa —espetó él—. Fue un arreglo. Tú lo sabes. Crecimos juntos. Esa boda no significa nada para mí. Pero tú… —la miró con intensidad— tú sí.

Rubí negó con la cabeza, incrédula, dolida, asqueada.

—¿Sabes qué es lo peor? —susurró—. Que por un momento pensé que habías intervenido allá afuera porque todavía quedaba algo de respeto. Pero ahora lo entiendo. Solo quieres sentir que aún me tienes bajo control… incluso si es en la oscuridad, en secreto, mientras luces a mi hermana del brazo en público.

Erick dio un paso hacia ella, pero Rubí retrocedió.

—No soy algo que puedas esconder. No soy un antojo, ni un premio de consolación. Ya me rompieron una vez, y no pienso dejar que me rompan otra.

—No lo entiendes… —murmuró él, frustrado.

—No, Erick. El que no entiende eres tú.

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