En medio de ese tenso enfrentamiento, una voz helada resonó desde la entrada:
—Basta ya.
Todos giraron la cabeza. Marcus estaba de pie en el umbral, avanzando hacia el sofá con pasos firmes. Recién llegado de atender numerosos asuntos, su rostro mostraba fatiga, pero sus ojos brillaban con severidad.
Las palabras de Marcus provocaron un suspiro colectivo de alivio. Melisa, incluso, dejó escapar una sonrisa burlona.
—¿Lo oíste, Rubí? Marcus ya habló. ¿Qué más tienes que decir? —remató con malicia.
El corazón de Rubí se encogió. Palideció al mirar a Marcus, que permanecía detrás de ella. Hasta ese momento, su única seguridad era el afecto y la protección que él le había demostrado. Pero al escuchar cómo él mismo refutaba sus palabras en público, sintió como si una bofetada la hubiera alcanzado de lleno.
“¿De verdad Marcus está molesto conmigo? ¿Decidió no perdonarme más?”
La punzada de angustia fue tan intensa que Rubí sintió como si algo la atravesara por dentro, quemándole el pecho co