Valeria estaba sentada en medio de la sala, mirando algo sin interés en la televisión, cuando Doris apareció.
—Señora, ¿necesita algo? —preguntó Doris, con su habitual tono de servicio.
Valeria negó con la cabeza, pero luego le hizo señas para que se sentara a su lado en el sofá. Doris, un poco confusa por la invitación, acabó sentándose a su lado. La miró, evaluándola. Era claro que Valeria todavía se sentía mal, afectada. Doris concluyó que tal vez era por todo ese asunto marital con Alexander, pero se mantuvo en silencio, esperando que Valeria misma hablara.
—Doris —comenzó Valeria, su voz baja y cargada—. ¿Alguna vez te has sentido traicionada por una mentira que cambia tu vida drásticamente y sin avisar?
Doris se lo pensó algunos segundos, entrelazando las manos. La pregunta era demasiado profunda. Pensó en su propia vida y recordó aquella vez cuando se dio cuenta de que su propia hermana había estado manteniendo una relación amorosa con su ahora exmarido, ese hombre al que ella