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Alexander dejó la oficina con la mente en ebullición. Mientras conducía de regreso a casa, las palabras de su amigo Leo resonaban en su cabeza: “No dejes que las acciones de los Beaumont te distraigan tanto…”

Pensó en Valeria. La imagen de ella, temblando y rompiendo a llorar en el coche, y luego, la ternura forzosa con la que la alimentó con avena. Decidió que debía llevarle algo de comer. Descartó la idea antes... Esta vez, debía ser algo que la sacara del pozo, algo menos medicinal. Se detuvo en una pizzería de camino, sin saber realmente qué le gustaba.

—Debo llevarle algo de todos modos —se dijo.

Pidió una pizza, la primera que vio en el menú. Cuando la orden estuvo lista, canceló su pedido, tomó la caja caliente y subió al auto, retomando el camino a casa.

Una vez que llegó, Doris se acercó con su habitual discreción.

—Señor, bienvenido. La señora Valeria ya está durmiendo. Se fue temprano a la cama, me parece que sigue agotada.

El hombre observó la caja de la pizza que sostení
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