Lleno de una furia que no podía disimular, Alexander abandonó su oficina. El ascensor subterráneo se abrió para él, y salió como un rayo disparado. Abordó su auto, un bólido que se convirtió en su única descarga de adrenalina, y rápidamente condujo por las calles de la ciudad hasta llegar al edificio. Un enfado animal lo consumía. Quería tomar a ese idiota y ponerlo en su lugar.
De repente, antes de poner un pie dentro del elevador, se dio cuenta de que un motor más se había detenido. Era el auto que conducían sus hombres. Se dio la vuelta y vio a Michael bajar primero, abriendo la puerta trasera con un gesto de respeto. Y de allí salió Valeria, con el rostro cabizbajo y caminando lentamente.
En ese preciso instante, la furia de Alexander se disipó y fue reemplazada por un profundo alivio. Verla frente a él le trajo una tranquilidad que no había sentido en horas. Se acercó rápidamente, su paso largo y decidido. Tomó el rostro de ella entre sus manos. Valeria, tomada por sorpresa, dio