36

A la mañana siguiente, cuando Valeria abrió los ojos, su primer instinto fue sentir el espacio a su lado. La cama estaba vacía. Un suspiro de alivio escapó de sus labios. La pesadilla de la noche anterior, con la confrontación y la revelación, parecía un recuerdo lejano. Se levantó en silencio, disfrutando de la quietud de la habitación, un respiro de la presencia intensa de Alexander.

Se preparó para empezar el día, sus pensamientos ya en el exterior. Sabía que los hombres de Alexander la seguirían, que él tendría ojos en ella en todo momento, pero hoy, eso no le importaba. Era un precio justo a pagar por un poco de libertad.

Cuando salió al pasillo, se encontró con Doris, quien la saludó con una sonrisa cálida.

—Buenos días, señora. ¿Cómo se siente hoy?

—Descansé bastante, Doris. Buenos días, ¿tú cómo estás?

—Estoy bien, gracias. El desayuno ya está listo. Puede ir a comer.

Valeria asintió.

—¿Alexander ya se fue a trabajar? —preguntó, intentando sonar casual.

Doria asintió, c
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