La mañana llegó de golpe para Alexander. Abrió los ojos de forma brutal, con la respiración acelerada y el pecho subiendo y bajando a una velocidad vertiginosa. Su frente estaba perlada de sudor. El recuerdo de lo que había sucedido la noche anterior lo golpeó como una ola, una realidad que aún no podía procesar.
—Valeria —fue lo primero en lo que pensó.
En ese momento, no había espacio para nadie más. Ni para Dina, ni para el desastre de su boda. Solo podía pensar en la mujer que ahora estaba luchando por su vida por su culpa. Se llevó las manos a la cabeza, se quedó un largo rato sentado en la cama, intentando recuperar fuerzas para levantarse. Se quejó del dolor de cabeza, pero se obligó a vestirse y seguir con su rutina. Tomó el teléfono y llamó a la oficina.
—No iré al trabajo hoy —anunció con voz firme—. Me encargaré de los asuntos más tarde. Lo que sea urgente lo revisaré desde casa.
Como director, era él quien mandaba. Nadie se quejaría, nadie cuestionaría su decisión. Por ese