Después de dejar el hospital, Alexander llegó a su lujoso piso, pero la soledad del lugar solo acentuó junto al millar de emociones que sentía. La culpa, el arrepentimiento y una punzada de miedo lo aplastaban. Al entrar en la ducha, sintió cómo el agua caliente se mezclaba con el rastro de la sangre de Valeria que aún manchaba su piel. Se lavó, se restregó con la esponja una y otra vez, pero por mucho que la sangre se fuera por el desagüe, la imagen del cuerpo desplomado de Valeria seguía grabada en su mente.
Más tarde, se sentó en la cama, agotado, sin atreverse a acostarse. Tomó su teléfono y la pantalla se iluminó, revelando un sinfín de llamadas perdidas. Todas eran de su madre. En ese momento, una nueva llamada entró, y el nombre de Marina volvió a aparecer en la pantalla. Su dedo se detuvo sobre el botón de respuesta. ¿Debía contestar? ¿Qué le diría? ¿Cómo explicaría el desastre que había causado sin decir la verdad? La incertidumbre lo carcomía.
Alexander se sentó en el borde