Diana y Alejandro, con los ojos todavía humedecidos, se miraron. Una sensación de profunda alegría por tener a su hija frente a ellos.
Todavía parecía un sueño. Aunque no se dio en las circunstancias que imaginaron.
—Valeria —comenzó Diana, su voz era entrecortada y llena de emoción —, estamos inmensamente felices de verte. No tienes idea de cuánto hemos soñado con este momento, con recuperar todo el tiempo perdido. Pero también somos conscientes de que necesitas espacio, necesitas tiempo para procesar todo esto, y vamos a respetar eso. Absolutamente. Queremos que sepas que estamos aquí para ti, para lo que necesites, ¿de acuerdo?
Alejandro asintió, su mirada fija en su hija, el arrepentimiento estaba en sus ojos.
—Estamos a tu entera disposición, hija. Lo que sea que necesites, solo tienes que pedirlo. Queremos apoyarte en todo. De hecho —añadió, con un matiz de seriedad—, Alexander llamó a Diana, a su esposa, y le pidió que si sabíamos de ti, que le informáramos rápidamente. Per