Alexander estaba otra vez en la barra, bebiendo junto a su amigo Leo.
Leo lo miró directamente a los ojos, con el ceño fruncido.
—No he sido yo quien te invitó a beber esta vez —señaló Leo, con un tono de regaño—. Fuiste tú quien me hiciste venir. De seguro estás pasando por algo aún más complicado que lo de tu escándalo. Si eso ya se está solucionando, si ya han atrapado a Brenda y está pagando por su acción, entonces ¿qué te preocupa tanto, amigo?
Alexander giró la cabeza en su dirección, todavía sintiendo el ardor en la garganta tras haber ingerido de golpe un largo trago de su whisky.
—Creo que no sé manejar lo que siento por Valeria —admitió, la voz áspera y algo quebrada—. Tengo sentimientos por ella, te lo dije, pero no sé cómo decírselo. Confesárselo es demasiado difícil para mí, es como si algo me detuviera.
Leo lo miró con frustración.
—¡Yo sí sé qué te detiene, Alexander! —replicó, alzando ligeramente la voz—. Lo que pasa es que eres demasiado orgulloso. Eres demasiado a