Un par de días después de aquel encuentro, Valeria se preparó para regresar al trabajo. Había estado ausente, fingiendo la convalecencia de un aborto que nunca se practicó. Era parte de su plan; debía hacer todo creíble. Esa mañana se arregló sin ganas y se marchó, sabiendo que tendría que verlo a la cara, pero también necesitando hacerlo para decirle que había cumplido su palabra.
Mientras caminaba hacia la oficina de Alexander, pensaba en el juego peligroso en el que se había metido. Estaba jugando con fuego, pero ya se sentía entre las cenizas. ¿Qué más daba si se quemaba? Al llegar a la puerta, tocó con los nudillos. No escuchó respuesta. Esperó, sintiendo el corazón latir con fuerza en su pecho, hasta que finalmente alzó la voz.
—Señor Baskerville, he llegado —anunció con firmeza.
Desde detrás del escritorio, Alexander, inmerso en la revisión de un proyecto, levantó la mirada.
—Puedes pasar, Valeria —declaró con su peculiar voz fuerte.
Ella entró, se acercó a su escritorio y lo m