El intercomunicador cobró vida con la voz de Alexander, otra vez.
—Que nadie me moleste, estoy ocupado —ordenó con un tono que no admitía réplica.
Valeria puso los ojos en blanco. "Claro, ocupado", pensó con ironía.
Sabía que no se refería precisamente a asuntos de negocios. Estaba con su prometida, la misma que acababa de chocar con ella en el pasillo.
El mareo se intensificó, un vértigo que le hizo tambalearse. Por segunda vez fue al baño y se aferró a la pared, sintiendo la bilis en la garganta, se dirigió de nuevo al baño.
Cerró la puerta de golpe, apoyándose en el lavabo antes de arrodillarse frente al inodoro. Las arcadas no tardaron en llegar, y el esfuerzo la dejó sin aliento, con un temblor que le recorría todo el cuerpo.
Al terminar, se lavó la boca, se echó agua fría en la cara y se miró en el espejo. Su reflejo era el de una desconocida: pálida, con ojeras profundas y los ojos inyectados en sangre.
Se sentía agotada y débil, como si cada fibra de su ser estuviera a punto de romperse.
"Necesito ir al médico", se dijo a sí misma. La idea de un chequeo médico la asustaba, pero la persistencia de los mareos y las náuseas era alarmante.
Sin embargo, su mente racional encontró una excusa para posponerlo: el estrés. El infierno en el que vivía, las humillaciones diarias de Alexander, la presión constante. No era de extrañar que su cuerpo estuviera reaccionando de esa forma.
Salió del baño, sintiéndose un poco mejor, pero aún inestable. Se dirigió a su escritorio y decidió comer algo, justo en ese instante apareció una empleada con cara de preocupación.
—Valeria, necesito que me hagas un favor, dale esto a nuestro jefe. Es algo importante.
—No puedo, el señor Baskerville en este momento se encuentra ocupado y me pidió que no le molestara.
—Haz una excepción, por favor.
Ella asintió y la otra agradecida se fue.
Tocó un par de veces la puerta, tras no obtener respuesta, de todos modos entró.
—Señor Baskerville, tengo que entregarle algo urgentemente.
Dina se giró a verla con desdén.
—Amor —soltó la mujer, su voz aguda y altiva—, ¿quién es esta... persona?
Su mirada se posó en Valeria, analizándola de arriba abajo con un desdén palpable.
—Ella es la nueva asistente temporal que contraté —explicó y luego miró a la susodicha—. ¿No te pedí que no quería molestias?
¿Asistente temporal? ¿Era esa la descripción para su "chica de los recados"? pensó Valeria.
Se aclaró la garganta.
—Lo siento, es urgente.
La prometida se rió, una risa condescendiente que hizo que Valeria se encogiera por dentro.
—Ay, Alexander, siempre tan... caritativo —se burló, sin quitarle los ojos de encima a Valeria—. Bueno, ya que estás aquí, ¿podrías recoger mis compras? Las dejé en el coche.
Valeria sintió que la impotenciala consumía. ¿Era su nueva sirvienta? Miró a Alexander en busca de alguna señal, alguna ayuda, pero él solo la observaba con una sonrisa burlona.
Se acercó y dejó el sobre en el escritorio y luego miró a la rubia.
—Con gusto, señorita —susurró Valeria.
De pronto esa mujer lanzó su bolsa de diseño al suelo.
—Recógelo antes de irte —pidió riendo.
Valeria se agachó para recoger la bolsa de diseño que la prometida había dejado caer al suelo con estudiada indiferencia. En ese preciso instante, un calor inesperado se extendió por sus piernas. Sintió un líquido escurrirse, cálido y pegajoso. Un terror helado le recorrió la espina dorsal.
La prometida la miró con asco, llevándose una mano a la nariz.
—¡Qué asco! ¡Pero qué descuidada! —chilló con repulsión—. ¡Alexander, mira eso!
Alexander, que hasta el momento se había reído de la situación, dejó de hacerlo abruptamente. Su mirada se fijó en Valeria, que se tambaleaba. Un atisbo de preocupación cruzó sus ojos antes de que su rostro volviera a la habitual expresión de brusquedad.
—No es momento para bromas —le espetó Alexander a su prometida, su voz era un gruñido.
Dina, sorprendida le reclamó y se fue rabiosa.
Alexander se acercó a Valeria, quien intentaba cubrirse con las manos temblorosas. Su rostro estaba pálido, y la vergüenza la consumía.
—Valeria, ¿estás bien? —quiso saber Alexander, su voz no tan áspera como de costumbre. Incluso intentó tocarla, pero ella se encogió.
—¡Déjame en paz! —masculló Valeria, apartándose bruscamente. El miedo y la humillación la impulsaron a salir corriendo. No quería su ayuda, no la de él.
Salió del despacho como una exhalación, tropezando con sus propios pies, el terror y el pánico dominándola. Pero apenas llegó al pasillo, la vista se le nubló. El suelo giró, y una oscuridad la envolvió. Sus rodillas flaquearon, y cayó inconsciente.
Cuando despertó, la primera sensación fue la de una luz tenue. Abrió los ojos lentamente, y se encontró con un par de ojos grisáceos que la observaban con una intensidad inquietante.
Era Alexander. El miedo se apoderó de ella al verlo tan cerca. Lo miró con terror, y él le devolvió una mirada de frialdad indescifrable.
—Has estado a punto de perder a los bebés —soltó Alexander, su voz dura como el mármol, sin preámbulos—. Estás embarazada de cuatrillizos. Y seré directo contigo: si esos bebés son míos, deshazte de ellos. De todos modos no sacarás provecho de esto, después de todo has firmado el acuerdo de exención.
Valeria sintió que el mundo se le venía encima. ¿Bebés? ¿Cuatrillizos? Apenas podía procesar la noticia, y ya tenía que enfrentarse a la crueldad de Alexander. Su propuesta, tan desalmada, la dejó sin aliento.
—¿Bebés? Y... No son tus bebés —mintió, sin saber por qué recurría a la falacia—. No tienen nada que ver contigo. ¡Absolutamente nada!
Alexander se encogió de hombros, con una indiferencia que la heló hasta los huesos.
—Esa noche usé protección —recordó, como si la vida de cuatro seres humanos no le importara en lo más mínimo—. Tal vez te has embarazado de alguien más.
—Eres un idiota. Sin embargo, no puedes decidir sobre ellos, es mi elección, yo decido —rugió rabiosa y con ganas de llorar convulsamente.
Él se aproximó y se acercó a su rostro, amenazante.
—Y, la última palabra siempre la tengo yo, Valeria. Estoy seguro que no quieres saber que tan aterrador puedo ser. Y, solo tienes unos días para que lo hagas —se separó y la miró con enojo, luego una de sus sonrisas con mofa, apareció en sus labios —. No te creo tan tonta. Sabrás que es lo mejor si quieres evitar problemas. Ah, ya pagué todas las cuentas del hospital. Considera que tu castigo por ladrona ha terminado..
Y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó, como si la conversación no hubiera sido más que una tontería.
Dejó a Valeria sola, aterrada, en una situación desesperada. Cuatro vidas creciendo dentro de ella, fruto de una noche con un hombre tan frío y déspota como Alexander. Un hombre que la embarazó y la abandonó a su suerte, que la juzgó de tantas maneras.
—Te vas a arrepentir por esto —masculló adolorida.
"Ha recibido una transferencia de 50,000 mil dólares". Leyó en su teléfono y luego descubrió el remitente, ese hombre que le daba una compensación por su poco tiempo de labor en la compañía.
De seguro una miseria para él.
"Aunque no son míos, podrías considerar la idea del aborto con el dinero que te envié. Y sé cuidadosa la próxima vez, Valeria" Decía ese otro mensaje que si venía directamente de Alexander.
No había duda, él era un imbécil y ella estaba decidida a ponerlo en su lugar. Incluso en shock por la noticia de su embarazo, pensó en la boda de ese idiota con esa rubia malvada, entonces decidió arruinar sus planes.
"Alexander Baskerville, esta vez no se saldría con la suya". Pensó
—Tengo que quitarte la máscara delante de todos, Alexander. ¡Arruinaré tu vida, así como me has dañado!