05

Alexander se lo tomó con calma. Una boda arreglada, otro trámite más. Total, su padre le había prometido la presidencia del conglomerado en cuanto se casara. Era un trato estratégico. Ganar-ganar. Pero mientras colgaba la llamada, su mirada volvió a posarse en el pasillo vacío donde Valeria había desaparecido.

Esa mujer… el sinónimo de debilidad, de desesperación. Y, extrañamente, un imán para él.

***

Las lágrimas corrían por las mejillas de Valeria, empapando la almohada. La humillación de los últimos días se le atragantaba en la garganta. ¿Chica de los recados? ¿Ella, una ladrona? La rabia le quemaba el pecho, pero en medio de la tormenta de emociones, se secó los ojos con el dorso de la mano y se prometió: limpiaría su nombre. No dejaría que ese hombre la pisoteara.

Ella se presentó una vez más en el imponente edificio del Grupo Baskerville.

Alexander, con su mirada gélida y su impecable traje, parecía disfrutar de su sufrimiento. Sus órdenes eran bruscas, sus tareas, humillantes. Desde traerle el café a la temperatura exacta hasta organizar papeles sin sentido, cada instrucción era un recordatorio constante de su situación.

Había momentos en que Valeria sentía las lágrimas en los ojos, la indignación asfixiándola, pero se tragaba el orgullo. El contrato que había firmado era una soga al cuello; no había vuelta atrás. Ya llevaba dos meses en ese infierno, y cada día era peor que el anterior.

—¿Por qué me has traído esto? ¡No te pedí esto, maldita sea! —furibundo le reclamó, ella que estaba ordenando unos folios lo miró, sobresalta.

—Lo siento mucho, es mi error, lo solucionaré.

Él, la estaba apuntando con su mirada felina casi de manera amenazante, entonces resopló.

—¿Es todo? ¡Es la tercera vez que cometes un error así! Eres tan despistada —gruñó levantándose de su silla giratoria, dando grandes zancadas hasta invadir su espacio, ella apenas levantó la mirada, tragó duro —. ¿Entiendes que es la tercera vez y no puede existir un cuarto error? En ese caso tendrás que irte de aquí, y devolver el dinero que has recibido de mi parte, porque aquí la incompetencia se multa.

Ella, esta vez abrió los ojos con sorpresa ante sus palabras llenas de crueldad e injusticia.

—No puede hacer eso.

—¿Y te atreves a cuestionarme? Será mejor que vayas por lo que pedí, y regresa rápido, necesito que vayas a la tintorería.

Ella abrió la boca para refutar, pero decidió quedarse en silencio incluso cuando él la estaba pisoteando de esa manera, a pesar de que ese tipo le estuviera tratando tan mal. ¿Por que la detestaba tanto? Ni siquiera le había robado su preciado reloj, sin embargo Alexander parecía ser un hombre bastante déspota y rencoroso.

"Un idiota" Pensó.

Salió de alli, tras pedir permiso.

Por su lado Alexander se aflojó la corbata y se reclinó en su asiento giratorio resoplando mientras miraba el techo. Y ese silencio no tardó en romperse con la llamada de parte de su madre.

—Hijo mío, Dina ha escogido el vestido, es espectacular. Todo está en orden, casi listo.

—Me tranquiliza saber que todo marcha bien, madre. ¿Han enviado la invitaciones?

—¡Sí! Te he llamado para decirte eso también. Ya falta nada para el gran día, ¿estás nervioso?

—No sé exactamente que quieres escuchar, madre. Es solo un evento más, por el bien de la familia y el negocio.

—No seas tan seco —chasqueó la lengua —. Visitanos pronto, hijo.

Colgó.

***

Más tarde Valeria regresó, esta vez no se equivocó, pero seguía bajo la atenta mirada de su jefe. En cuanto pudo, casi huyó, para cumplir con lo que le pidió.

Mientras caminaba hacia la tintorería, el mareo se presentó, y un vacío en el estómago le recordaba que no había probado bocado desde la mañana.

«Idiota. Cretino. Un completo imbécil», pensaba con cada paso.

¿Cómo podía ser tan cruel? No solo la humillaba con sus tareas, ahora también le exigía que le devolviera el dinero si la despedía. Una deuda que la ataba a ese infierno. ¿Cómo sobreviviría si él la echaba? ¿De dónde sacaría el dinero para devolver cada céntimo que había recibido?

Se sentía atrapada, una mosca en la telaraña de un depredador.

El odio la consumía, pero la desesperación era más fuerte. Tenía que aguantar, tenía que encontrar la manera de escapar de ese vínculo sin perderlo todo.

Al llegar a la tintorería, mientras esperaba por recibir el traje, el olor a químicos le revolvió el estómago.

De regreso en el edificio Baskerville, subió al ascensor con el traje gris colgado del brazo.

Al llegar al piso, se detuvo frente a la puerta de la oficina de Alexander y, con la mano temblorosa, dio unos suaves golpes.

—Pase —se escuchó la voz de Alexander, más fría que nunca.

Valeria entró, sintiéndose pequeña e insignificante.

—He regresado, señor Baskerville —anunció con la voz baja y temblorosa, casi un susurro.

Él no levantó la mirada de los papeles que tenía sobre el escritorio.

—Colócalo allí —ordenó, señalando con un movimiento de cabeza un perchero de madera oscura en una esquina.

Valeria obedeció, dejando el traje con cuidado. Luego, se paró frente al escritorio, juntando las manos.

—¿Necesita algo más, señor?

Alexander finalmente levantó la vista. Su mirada gélida recorrió a Valeria de arriba abajo, deteniéndose en su rostro pálido y sus ojos cansados.

Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Con un gesto rápido, tiró un par de billetes arrugados al suelo, justo a los pies de Valeria.

—Toma el dinero y sal —dijo, la burla era evidente en su voz—. Considéralo una propina.

El corazón de Valeria se detuvo. La sangre le subió a la cabeza en una oleada de vergüenza y rabia. El gesto de Alexander era un puñetazo en el estómago.

Humillada, se quedó inmóvil por un segundo, su mente gritando que se fuera sin tomar nada, pero su cuerpo, el que necesitaba sobrevivir, le recordaba que tenía que agacharse.

El miedo a perder su empleo era más fuerte que su orgullo. Lentamente, se inclinó y recogió los billetes. Sus dedos rozaron el frío suelo, y se sintió como un animal que las migajas de su dueño.

Se disponía a irse, con los ojos fijos en el suelo, cuando la voz de Alexander la detuvo.

—¿No piensas darme las gracias? —le preguntó con sorna.

Las lágrimas amenazaron con desbordarse, pero Valeria parpadeó con fuerza, forzándose a mantener la compostura.

—Muchas gracias, señor —murmuró, la voz apenas audible.

Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y salió casi corriendo de la oficina.

Sentía la misma sensación de los últimos dos meses; estaba atrapada en un infierno del que no podía escapar.

Justo cuando cerraba la puerta de la oficina y se disponía a caminar hacia su escritorio, una mujer rubia, elegantemente vestida y con un abrigo de alta costura, pasó a su lado de forma abrupta. Con un movimiento brusco, su hombro chocó contra el de Valeria, haciéndola tambalearse. El dolor agudo en su hombro se sintió horrible por un segundo.

La mujer entró en la oficina de Alexander sin siquiera mirarla.

—Dina, qué sorpresa —escuchó a Alexander, su voz era sorprendentemente "amable".

—Darle una sorpresa a mi prometido ha sido la intención —emitió la mujer con una voz melosa y segura.

"Mi prometido". La palabra rebotó en su cabeza.

Esa mujer era la prometida de Alexander, la mujer con la que se iba a casar.

—Dina, aún así...

—Nos casamos este fin de semana, la fecha ya ha sido elegida —lo interrumpió.

Es decir, que su jefe se casaría en dos días.

Valeria intentó seguir su camino, pero ya era demasiado tarde. El mareo regresó con una intensidad brutal, y su visión se oscureció. Las ganas de vomitar le subieron por la garganta, y tuvo que detenerse, apoyándose contra la pared, su cuerpo entero temblaba.

Tenía un mal presentimiento. Y si... ¿estaba embarazada? La idea la congeló.

¡¿Embarazada de ese idiota, su jefe?!

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