VANESSA GARDNER
Pensé que jamás conciliaríamos el sueño. Pasamos el resto del día, Tanya y yo, comiendo cualquier golosina que Silvia nos traía, viendo películas y hablando de todo, hasta que la noche cayó.
Pero entonces algo cambió. No sabía qué era. Simplemente me desperté, en medio de ese jardín artificial lleno de arreglos florales. Tanya seguía profundamente dormida. Aunque había tenido unos años duros, parecía que no eran suficientes para darle maldad, desconfianza y desarrollar ese sexto sentido que te avisa cuando hay un problema. Tal vez era mejor así, significaba que aún tenía algo de esperanza en la humanidad y en que las cosas podían ser mejores, en cambio yo prefería pensar mal de todo antes de volver a confiar.
¡En mi maldita vida lo volvería a hacer!
Me levanté de la cama con sumo cuidado, evitando que Tanya se despertara. Me acerqué a la puerta y la abrí lentamente, evitando hacer ningún ruido. Salí de la habitación de puntillas y con cautela. La oscuridad le daba un