TANYA RHODES
Las cicatrices de Vane aún me daban vueltas en la cabeza. Quise preguntar qué había sido lo que le había pasado, pero no quería rebasar el límite de su privacidad, pensé que tal vez con el tiempo se sentiría con la confianza de decírmelo sin que yo se lo pidiera.
Mientras iba por el camino de entrada, vi el auto de Noah ya estacionado frente al pórtico. Noah salió del auto sin siquiera darse cuenta de mi presencia. Lo rodeó con el ceño fruncido y las mandíbulas tensas, parecía confundido, perdido.
Abrió la puerta del copiloto dejándome claro que no venía solo, entonces salió una chica con ropa elegante y actitud altanera. ¿Se trataba de Odette, Maxine, la doctora Johnson? No, no era ninguna de ellas, pero era sorprendente como todas se parecían, repitiendo el patrón de cabello rubio y ojos verdes, rostros afilados, figuras esbeltas y casi perfectas, de esas que dudas que una mujer normal alcance con ejercicios y dieta.
Cuando me di cuenta ya estaba frente a ellos. Los