VIGGO THORNE
Podía mentir todo lo que quisiera, mantener mi distancia y fingir que soy de acero y que no siento nada, pero en cuanto caía la noche y Tanya se acercaba con esa belleza inocente y natural, mis defensas se iban cayendo poco a poco. Tenerla acurrucada al lado, como un pequeño gorrión con frío, me hacía vibrar cada hueso del cuerpo.
No solo era hermosa y de apariencia frágil, sino que generaba un calor en mi pecho que hacía mucho tiempo no sentía.
Desde que ella me «cuidaba», yo dormía menos. Me dedicaba a verla dormir, con sus cabellos enredados en mi almohada y la serenidad en su rostro. Dejaba que entre sueños se me acercara y se abrazada a mí, acurrucándose en mi pecho. A veces me preguntaba qué era lo que soñaba mientras acariciaba su brazo o jugaba con su cabello. A veces la descubría susurrando mi nombre, y eso era más fuerte que cualquier declaración de amor. Era dueño de sus sueños y me frustraba no poder ser dueño de su cuerpo.
Eso era lo máximo a lo que podía