TANYA RHODES
Se me cayó la quijada hasta el piso. ¿Mi profesor, la eminencia que todos esperaban, era Noah? Bueno, con la descripción que me había dado mi compañera nueva tuve que haberlo deducido.
A diferencia de otros maestros que había tenido en la vida, con una apariencia sobria y madura, Noah parecía haber salido del club, con la camisa desfajada y abierta del cuello, sus cabellos desordenados y al mismo tiempo fresco, dejando una estela de loción varonil, de esas que te hacen inhalar con todas tus fuerzas hasta que la nariz se te atrofia.
Subió al escenario del auditorio donde ya lo esperaba su escritorio. Me di cuenta de que no llevaba libros, computadora, ni siquiera un proyector, solo un pequeño marcador con el que parecía tamborilear, como si fuera un experto en batería.
Se recargó en el escritorio y echó un vistazo a todos los alumnos mientras desesperados ocupaban su respectivo asiento. Cuando se fijó en mí se me hizo pequeño el estómago, en verdad esperaba pasar desap