VIGGO THORNE
No pude dormir. No podía dejar de pensar en la confesión de Tanya, mucho menos en lo que sentí cuando su boca se posó en la mía. Extendí la mano, buscándola inconscientemente en la cama. Tuve que girar la cabeza y ver su lado vacío. Me arrepentía de haberle negado pasar la noche en mi cuarto. Curiosamente la extrañaba.
—¿Todo bien, señor? —preguntó Silvia mientras escogía la ropa que usaría ese día.
—¿Por qué preguntas? —contesté conteniendo mi malagana.
—La señorita Rhodes no pasó la noche «cuidándolo», y usted está de malhumor —respondió encogiénd